Derechos
El jugador tiene derecho a divertirse, a disfrutar con el deporte que ama, a ganar, a sufrir, a estar en tensión, a reírse con sus compañeros, a pasar un buen rato.
Tiene derecho a mejorar, a fallar tiros, a perder pases, a elegir mal las opciones, a simular faltas, a empujar a un rival sin que nadie le vea, a protestar, a gritar, a pedir faltas que le hacen, a reírse de las decisiones del árbitro; al fin y al cabo, es la tensión del momento.
Tiene derecho a llevar pulseras, collares, pendientes, tiene derecho a llegar tarde al partido, tiene derecho a no conocer las reglas de su deporte, tiene derecho a vestir chaquetas con cremallera debajo del uniforme.
Tiene derecho a exigir que le piten todas las faltas que le hacen, a que no le piten aquellas que hace, a gritar en la cara del árbitro, a provocar al público; y tiene derecho a sentir odio o aversión por un árbitro, aunque todavía no haya comenzado el partido, tiene derecho a estar predispuesto contra él durante años, y tiene derecho a afirmar que todas las decisiones van en su contra.
Y por supuesto tiene derecho a culpar al árbitro de haber perdido el partido.
El entrenador tiene derecho a dirigir, a ordenar, a planificar, a controlar; tiene derecho a preparar entrenamientos, jugadas, estrategias; tiene derecho a hacer cambios, a pedir tarjetas, a cambiar el tipo de defensa.
Tiene derecho a gritar a sus jugadores, a gritar al árbitro, a protestar faltas, pases, jugadas, a reírse de las decisiones del árbitro, a menospreciarle, a faltarle al respeto incluso en el plano personal; al fin y al cabo, es la tensión del momento.
Tiene derecho a llegar tarde al campo, a no tener preparadas las instalaciones, a permitir que haya público encima de las líneas del campo, a no tener preparadas los entrenamientos, a no tener un médico a tiempo, a permitir que haya gente en su zona técnica.
Tiene derecho a ningunear los conocimientos del árbitro, a mirarle por encima del hombro porque cree que conoce mejor el reglamento, a insinuar la parcialidad del árbitro en sus decisiones, a sentenciar que las decisiones del árbitro siempre son contrarias a sus intereses.
Y por supuesto tiene derecho a culpar al árbitro de haber perdido el partido.
El aficionado tiene derecho a disfrutar, a reír, a sufrir, a estar en tensión, a gritar, a cantar, a animar, a protestar, a enfadarse; tiene derecho a pedir faltas, tiene derecho a protestar las que le pitan, tiene derecho a insultar al árbitro.
Tiene derecho a conocer mejor que nadie las reglas, tiene derecho a afirmar que un árbitro siempre les perjudica, tiene derecho a sentir aversión por él desde que entra en el campo. Tiene derecho a faltar al respeto al árbitro, tiene derecho a insinuar que es parcial en sus decisiones, que su objetivo es perjudicarles; al fin y al cabo, es la tensión del momento.
Y por supuesto tiene derecho a culpar al árbitro de haber perdido el partido.
El árbitro no tiene derecho a dirigirse al entrenador en el mismo tono que él, no tiene derecho a contestar al jugador que le grita, no tiene derecho a equivocarse, no tiene derecho a explicarse. No tiene derecho a sentir simpatía o aversión por un jugador, un entrenador, una afición. No tiene derecho a llegar tarde, a sentir frío, a estar cansado; no tiene derecho a pedir que se cumpla el reglamento, incluyendo aquellas normas que no le gustan.
Tiene el derecho de escuchar insultos, protestas absurdas, gritos de uno y otro lado, faltas de respeto; tiene el derecho de soportar gestos irrespetuosos, miradas de odio, comentarios que entran en el plano personal. Al fin y al cabo, es la tensión del momento.
En cambio, el árbitro es siempre el que pierde.
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