El rugby, un deporte de caballeros
Publicado: Lun, 29 Nov 2010, 07:37
Un poco largo pero no esta mal
El rugby, un deporte de caballeros
BERNARD-HENRI LÉVY 28/11/2010
( http://www.elpais.com/articulo/opinion/ ... gpan_1/Tes )
Siempre me ha gustado el rugby. Demasiado nervioso para el balonmano, demasiado miope para el fútbol, fue precisamente en el equipo de rugby del instituto donde pasé, durante mi adolescencia, el tiempo destinado al deporte. Pero hacía mucho tiempo que no asistía a un gran partido, que no iba a ver un encuentro como el del sábado pasado, en Dublín, al que asistí invitado por los All Blacks.
Una vez más, me impresionó esa extraña propiedad del rugby, el único deporte en el que, como en el moonwalk de Michael Jackson, se avanza retrocediendo.
Una vez más, comprobé la belleza del desacuerdo existente entre la mano, que solo puede mover el balón hacia atrás,o hacia los lados, y el pie, el único que puede moverlo hacia delante.
También pude volver a comprobar ese otro desacuerdo, más esencial aún, entre la inteligencia de las manos, los pies, el cuerpo, y la incalculable sinrazón de un balón que va donde le apetece, desbarata los planes de los humanos y, en suma, hace lo que le da la gana: ¡ah!, la caprichosa comicidad de un rebote que, en palabras del pope de la rugbylogía, Jean Lacouture, recuerda nada menos que a la audacia del "verso libre".
Pero sobre todo, redescubrí esa diversidad de tipos humanos que, pese al estereotipo del rugbyman con dimensiones de armario ropero, compone en realidad un equipo: complexiones grandes y pequeñas; la agilidad felina de Dan Carter y la energía de Richie McCaw; el aire de mosquetero de Mils Muliaina y el del segunda línea Anthony Boric, más corpulento; las anguilas y los arietes; los que se deslizan y los que percuten; Conrad Smith, al que nada detiene, y el discreto Kieran Read, que percute como el rayo antes de marcar... En el mundo tiene que haber de todo. Y en un equipo, también. La diferencia entre el fútbol y el rugby es que, en el primero, el equipo es una suma de talentos adquiridos en el mercado mundial de fichajes, mientras que, en el segundo, es ese microcosmos social que describen los textos rugbísticos de Giraudoux.
Cohesión entre los jugadores y en el juego. Religión de la fraternidad y de la fratría.
No adjudicarse uno solo el mérito del último tanto, cuando puede ser más rentable seguir presionando al adversario juntos y
hasta el final.
Ataques inventivos y defensas solidarias.
Aperturas vehementes y amagos que parecen un ballet bien ensayado.
Aquí, el as del contrapié; allá, el campeón de las rupturas por las alas; y entre uno y otro, una connivencia que se adivina
anterior al partido y, a todas luces, le sobrevivirá.
¿Quién es el mejor atacante, el delantero, orfebre de la percusión y la media vuelta, o ese tres cuartos al que nadie, salvo
el mismo, ve venir?
¿Hay que abrirse camino o ceder el balón para que otro tome el relevo con un pase limpio, en una acción que se diría obra de
un único jugador, pero dotado de cuatro piernas?
¿Habrá que cambiar de trayectoria o cambiar, directamente, de jugador dejando que actúe el siguiente?
Carter pasándole el balón a Donelly... Podría jurar que tiene ojos en la nuca para verlo controlar el balón.
La última carrera de Nonu, volando por encima del césped antes de dar ese pase bombeado que va a recuperar el mismo Carter.
Hay quien dice: es un deporte obscuro y sin reglas. ¡Pues no! Tiene reglas estrictas y una complejidad diabólica. Hasta el
punto de que una parte de la fuerza de los All Blacks procede de su juego con las reglas: siempre juegan al límite, aunque
sin traspasarlo.
Hay quien dice: es un deporte de brutos en el que priman la fuerza y los ataques. ¡Pues no! Un deporte de combate, sí.
Incluso un arte marcial, pues está hecho de inteligencia y estrategia. Así, este sábado, el spirit fight de los irlandeses
que, en los últimos quince minutos del encuentro, pese a que ya habían perdido y lo sabían, hicieron gala de su mejor
gallantry. Así, Carter, de nuevo Carter, cuya tarea es calibrar al adversario y, como un yudoca, canibalizar sus debilidades
para transformarlas en fuerza.
Algunos insisten: es un deporte violento, salvaje, pues, en una melé, en un placaje, en la manera en que el equipo atacado
opone al atacante su muro de cabezas y pechos, hay violencia pura. Pero ¿saben que el Haka, ese himno guerrero de los maoríes
que los All Blacks entonan antes del partido, no es tanto un canto de victoria como una oración anticipada por los vencidos?
¿Saben que, el sábado pasado, el césped del estadio de Dublín era el único lugar del planeta en el que las dos clases de
irlandeses, los sudistas y los nordistas, al enfrentarse al mismo adversario, podían comulgar en una misma plegaria? Y qué
lección cuando el neozelandés Boric se concentra antes de patear la transformación y la hinchada guarda un largo silencio
entregado, casi religioso, e inhabitualmente respetuoso para quien tiene en mente las histerias futbolísticas.
Y luego, el "tercer tiempo"...
Esa cena en la que se encuentran, después del partido, los jugadores de ambas naciones...
El brindis del capitán de los All Blacks por los irlandeses y su buen juego.
El de los irlandeses, por la misteriosa y persistente supremacía de los All Blacks.
Y esas mesas en las que vencedores y vencidos van a rememorar alegremente el partido.
Observo a O'Driscoll, el capitán irlandés, lesionado en el brazo, que brinda con su homólogo neozelandés.
Escucho cómo el neozelandés Woodcock y el irlandés Wallace se cuentan sus verdaderas vidas, las que retomarán la semana que
viene, en casa, cuando todo termine.
Y me digo que el cabezazo de Zidane, su odio visceral hacia Materazzi, su reconciliación sobreactuada y aún más dramatizada,
serían casi imposibles aquí.
Entre fútbol y rugby ocurre como entre Corneille y Racine, entre los Rolling y los Beatles, entre Mac y PC. Son dos credos.
Dos religiones. Y hay que escoger entre las dos. En lo que a mí respecta, es cosa hecha. Hoy como ayer, el estilo, la belleza, el fair-play del rugby.
El rugby, un deporte de caballeros
BERNARD-HENRI LÉVY 28/11/2010
( http://www.elpais.com/articulo/opinion/ ... gpan_1/Tes )
Siempre me ha gustado el rugby. Demasiado nervioso para el balonmano, demasiado miope para el fútbol, fue precisamente en el equipo de rugby del instituto donde pasé, durante mi adolescencia, el tiempo destinado al deporte. Pero hacía mucho tiempo que no asistía a un gran partido, que no iba a ver un encuentro como el del sábado pasado, en Dublín, al que asistí invitado por los All Blacks.
Una vez más, me impresionó esa extraña propiedad del rugby, el único deporte en el que, como en el moonwalk de Michael Jackson, se avanza retrocediendo.
Una vez más, comprobé la belleza del desacuerdo existente entre la mano, que solo puede mover el balón hacia atrás,o hacia los lados, y el pie, el único que puede moverlo hacia delante.
También pude volver a comprobar ese otro desacuerdo, más esencial aún, entre la inteligencia de las manos, los pies, el cuerpo, y la incalculable sinrazón de un balón que va donde le apetece, desbarata los planes de los humanos y, en suma, hace lo que le da la gana: ¡ah!, la caprichosa comicidad de un rebote que, en palabras del pope de la rugbylogía, Jean Lacouture, recuerda nada menos que a la audacia del "verso libre".
Pero sobre todo, redescubrí esa diversidad de tipos humanos que, pese al estereotipo del rugbyman con dimensiones de armario ropero, compone en realidad un equipo: complexiones grandes y pequeñas; la agilidad felina de Dan Carter y la energía de Richie McCaw; el aire de mosquetero de Mils Muliaina y el del segunda línea Anthony Boric, más corpulento; las anguilas y los arietes; los que se deslizan y los que percuten; Conrad Smith, al que nada detiene, y el discreto Kieran Read, que percute como el rayo antes de marcar... En el mundo tiene que haber de todo. Y en un equipo, también. La diferencia entre el fútbol y el rugby es que, en el primero, el equipo es una suma de talentos adquiridos en el mercado mundial de fichajes, mientras que, en el segundo, es ese microcosmos social que describen los textos rugbísticos de Giraudoux.
Cohesión entre los jugadores y en el juego. Religión de la fraternidad y de la fratría.
No adjudicarse uno solo el mérito del último tanto, cuando puede ser más rentable seguir presionando al adversario juntos y
hasta el final.
Ataques inventivos y defensas solidarias.
Aperturas vehementes y amagos que parecen un ballet bien ensayado.
Aquí, el as del contrapié; allá, el campeón de las rupturas por las alas; y entre uno y otro, una connivencia que se adivina
anterior al partido y, a todas luces, le sobrevivirá.
¿Quién es el mejor atacante, el delantero, orfebre de la percusión y la media vuelta, o ese tres cuartos al que nadie, salvo
el mismo, ve venir?
¿Hay que abrirse camino o ceder el balón para que otro tome el relevo con un pase limpio, en una acción que se diría obra de
un único jugador, pero dotado de cuatro piernas?
¿Habrá que cambiar de trayectoria o cambiar, directamente, de jugador dejando que actúe el siguiente?
Carter pasándole el balón a Donelly... Podría jurar que tiene ojos en la nuca para verlo controlar el balón.
La última carrera de Nonu, volando por encima del césped antes de dar ese pase bombeado que va a recuperar el mismo Carter.
Hay quien dice: es un deporte obscuro y sin reglas. ¡Pues no! Tiene reglas estrictas y una complejidad diabólica. Hasta el
punto de que una parte de la fuerza de los All Blacks procede de su juego con las reglas: siempre juegan al límite, aunque
sin traspasarlo.
Hay quien dice: es un deporte de brutos en el que priman la fuerza y los ataques. ¡Pues no! Un deporte de combate, sí.
Incluso un arte marcial, pues está hecho de inteligencia y estrategia. Así, este sábado, el spirit fight de los irlandeses
que, en los últimos quince minutos del encuentro, pese a que ya habían perdido y lo sabían, hicieron gala de su mejor
gallantry. Así, Carter, de nuevo Carter, cuya tarea es calibrar al adversario y, como un yudoca, canibalizar sus debilidades
para transformarlas en fuerza.
Algunos insisten: es un deporte violento, salvaje, pues, en una melé, en un placaje, en la manera en que el equipo atacado
opone al atacante su muro de cabezas y pechos, hay violencia pura. Pero ¿saben que el Haka, ese himno guerrero de los maoríes
que los All Blacks entonan antes del partido, no es tanto un canto de victoria como una oración anticipada por los vencidos?
¿Saben que, el sábado pasado, el césped del estadio de Dublín era el único lugar del planeta en el que las dos clases de
irlandeses, los sudistas y los nordistas, al enfrentarse al mismo adversario, podían comulgar en una misma plegaria? Y qué
lección cuando el neozelandés Boric se concentra antes de patear la transformación y la hinchada guarda un largo silencio
entregado, casi religioso, e inhabitualmente respetuoso para quien tiene en mente las histerias futbolísticas.
Y luego, el "tercer tiempo"...
Esa cena en la que se encuentran, después del partido, los jugadores de ambas naciones...
El brindis del capitán de los All Blacks por los irlandeses y su buen juego.
El de los irlandeses, por la misteriosa y persistente supremacía de los All Blacks.
Y esas mesas en las que vencedores y vencidos van a rememorar alegremente el partido.
Observo a O'Driscoll, el capitán irlandés, lesionado en el brazo, que brinda con su homólogo neozelandés.
Escucho cómo el neozelandés Woodcock y el irlandés Wallace se cuentan sus verdaderas vidas, las que retomarán la semana que
viene, en casa, cuando todo termine.
Y me digo que el cabezazo de Zidane, su odio visceral hacia Materazzi, su reconciliación sobreactuada y aún más dramatizada,
serían casi imposibles aquí.
Entre fútbol y rugby ocurre como entre Corneille y Racine, entre los Rolling y los Beatles, entre Mac y PC. Son dos credos.
Dos religiones. Y hay que escoger entre las dos. En lo que a mí respecta, es cosa hecha. Hoy como ayer, el estilo, la belleza, el fair-play del rugby.